En el sistema de gobierno que impera en la mayoría de los países del llamado primer mundo, la capacidad de actuación de todo aquél que no forme parte de las élites gobernantes o de los mejores, se reduce a una cuestión de aritmética. Igual que el share. La opinión del espectador importa única y exclusivamente porque puede cambiar de canal. La del votante importa, por eso mismo, porque puede votar. Desde luego que no importa hacer las cosas bien, sólo importa (otra vez) la opinión, que es la que va a determinar el voto otorgado. A todo aquél que se le niega ese derecho se le excluye, se le despoja de su título de ciudadano (único garante, desgraciadamente, de los derechos) y se le condena al ostracismo. Hasta hoy, ¡hasta hoy! en España a los ciegos no se les permitía votar. Afortunadamente en las próximas elecciones sí podrán hacerlo y, naturalmente, podrán ejercer su derecho a la abstención, por fin, faltaría más.
La lengua de signos ya es oficial, espero el día que se enseñe en las escuelas (como el inglés, esukera, catalán...) y haya traductores del idioma en todos los centros públicos, hasta entonces sólo buenas intenciones, que es nuestra dieta y así estamos de delgados.
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