En su columna de hoy en El Mundo, Arcadi Espada expone el caso de Arturo Marian. En 1998 fue encarcelado por tráfico de drogas, salió en libertad, logró reinsertarse y ahora ha vuelto a la cárcel. Claro, no es el único caso de alguien que cometió un delito menor hace años y que ahora ya reinsertado tiene que ingresar en la cárcel. Es descorazonador que suponiendo los dos objetivos de las instituciones penitenciarias, a saber, la resocialización y el castigo dependiendo del delito cometido, se conviertan éstas únicamente en un elemento represor. Pero no lo es menos el aceptar la cárcel como un medio adecuado para algo más que la reclusión y la etiquetación del delincuente como tal. Etiqueta perenne que adherida a su piel marcará al que pasó alguna vez por ella. Considerarla, sobre todo, como el único medio de hacer justicia. ¿Cómo se puede reinsertar a alguien en sociedad sacándole de ella? ¿Por el pórtate bien o ya sabes lo que te espera? Las cárceles para que sirvan realmente de algo, a parte de castigar, necesitan mucha más financiación, personal mejor cualificado y una reelaboración de sus bases teóricas. Y, por supuesto, que no sea el único método de resocialización. Pero los jueces no parecen estar muy por la labor (aunque hay excepciones) de considerar otras formas de castigo, y en ocasiones tampoco les dejan mucho margen de acción. Para lo anterior, la reforma conceptual y material de las cárceles, lo que no hay es dinero, por supuesto. No es posible gastarse dinero en el que te roba, faltaría más. Aunque siempre hay excepciones, claro.
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