domingo, 24 de abril de 2011

LA PROCESIÓN DE GENARÍN, SANTO DE POETAS Y DE PUTAS

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“Poco antes de las doce de la mañana de Viernes Santo, y en la carretera de los Cubos de esta capital, junto al cubo tercero de la muralla y yendo desde Puerta Castillo para San Lorenzo, inmediato a la calle que baja de Santa Marina, ocurrió una desgracia que impresionó profundamente a las personas que acudieron al lugar del suceso, tan próximo al sitio en que era la hora de la mayor concurrencia por la procesión que se celebraba.

Según las referencias obtenidas en el lugar del suceso, momentos después de ocurrir éste, circulaba por la carretera un camión de la limpieza pública guiado por el chofer José María Saenz, de diecinueve años, llevando en el vehículo a dos empleados en el servicio, y debido a la velocidad que llevaba no pudo hacerse funcionar debidamente los frenos al encontrarse en la carretera y en la mano del vehículo a un hombre.

La muerte debió sobrevenir casi instantáneamente debido a la presión sufrida contra la muralla, lo que le produciría, en opinión del forense, la fractura de la base y bóveda del cráneo”

Con esta detallada reseña necrológica, publicada en su última página junto a sendos anuncios del Gran Hotel Oliden y de los riquísimos cafés La Marte, despedía el Diario de León un 30 de marzo de 1929 –Sábado Santo por más señas- a quien durante tantos años fuera su más insigne pregonero por las calles y rincones de la vieja ciudad leonesa. Había muerto GENARÍN, el pellejero amante del orujo y cliente sempiterno de tabernas y prostíbulos, conocido y querido de todos y cada uno de los veinticincomil pobladores de aquel León humilde de finales de los años veinte.

Pero a pesar de todo, a pesar del luto con que tiñó las calles la noticia de la muerte de Genaro, ésta no hubiera pasado de ser una más de las muchas que cada día ocupan las páginas de sucesos de los periódicos de no haber mediado un azar milagroso que salvó su recuerdo de la costra de olvido y desconsuelo con que el tiempo habría de enterrarle para siempre. Y este azar milagroso, sin precedente alguno ni tan siquiera analogía en los anales del santoral cristiano, fue a venir de la mano de un grupo de bohemios leoneses, mitad búhos, mitad poetas, que, a contrapelo de leyes y costumbres, todas las noches de Jueves Santo, cuando el reloj de la Plaza Mayor desgranaba las doce campanadas que preceden al reino de las brujas y los muertos, recorrían en cortejo las calles de la ciudad desgranando sus versos alcohólicos a la luz de un candil o de una farola. (…).

La vida y enseñanzas de Genarín y, sobre todo, sus milagros iban a ser pilares suficientes para levantar el edificio de su religión. Una religión que, al paso del tiempo, ha ido poco a poco engrandeciendo su figura hasta acabar convirtiéndose en el santo preferido de poetas y de putas, en patrón de los enfermos de riñón y en advocación suprema –junto a San Froilán- de la ciudad de León. Una ciudad que, a cambio, acude cada noche de Jueves Santo, en recogida procesión de orujo y poesía, hasta el cubo tercero de una vieja carretera para rendir homenaje a aquel humilde pellejero amante de todos los vicios que allí mismo murió atropellado por el primer camión de limpieza que compró el ayuntamiento.

Aquí, Genarín, terminó
tus puteríos y enredos,
y tu perdón da a los malos
y tu premio a los buenos.
Cúranos nuestras goteras
que nos duelen en el cuerpo,
a los mozos por la grifa,
a los ancianos por viejos.
Danos la paz que tú tienes
y que de ti merecemos.
Y, siguiendo con tus costumbres,
que nunca fueron un lujo,
bebamos en tu memoria
una copina de orujo.

Julio Llamazares, de "El entierro de Genarín. Evangelio apócrifo del último heterodoxo español"

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