REALIDAD INFARTADA
Babeo de idiota, me sé. Hay ropa sucia en el suelo; un póster del Che amarilleado; hay tres paredes y la cuarta no, y la calle invadiendo mi soliloquio, y mi soledad sorprendida en cueros, y mi rostro cubierto por reptantes gusanos de caramelo. Mi mente en blanco. Fíjate bien ahora y verás surgir un lápiz de sangre y una mano en la pantalla, un perro muerto y un techo que va desplomándose a cámara lenta. Mi realidad recién infartada. Y verás tal vez una orfandad latente y un latir rabioso, y una partida de ajedrez entre dos zombis, y medio Duchamp. Mi boca abierta en un ah largo. Y me verás con cara de imbécil y babeando, presencia absolutamente maquinal, una cáscara sin poder responder, sin capacidad de reacción, como vaciado en bronce. Mírame bien, mírame impersonal: pues soy ya sombra y plástico, básicamente. Qué feliz desprendimiento, sin embargo.
IMPOTENCIA
Observa el musgo cómo cubre los cuerpos en toda su extensión, ahí donde se pueden distinguir todavía, los cuerpos desnudos y en verde, si te fijas, como dulces de membrillo. Y las señales que anuncian futuras cópulas, y las verdades enquistadas en las gargantas, y los hombres que entre sí se matan por una buena mentira, y al fin se aburren. Y el musgo invasor que llega a mi apellido, y asalta mi historia, hasta que ya no sé muy bien quién soy.
Puede que quizá los días en que creíamos ser libres hayan acabado, o que las dudas se expandan como un mal perfume; puede que esto sólo sea una muestra de mi impotencia y de mi creciente ceguera; o que, en definitiva y a fin de cuentas, no sepa cómo conjurar la extraña sensación de estar muerto.
Juan Manuel Uría.
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