Nunca han sido tan fáciles las condiciones del saber; nunca han sido tan improbables las posibilidades de hacer de él un arte. Nos lo han repetido ya mil sociólogos. El material está ahí inmediatamente, puedo ir de mi silla al Museo del Prado, zambullirme en la biblioteca de Oxford, volver dando un rodeo por la rue de Richelieu; lo que falta es la paciencia, el silencio; lo que falta es, sencillamente, el tiempo, es decir, además, el aburrimiento. George Steiner lo expresa muy bien: ¿qué efecto tendrá esta nueva realidad en la lectura, en la función de los libros tal como los hemos conocido y amado? Se puede constatar ya en el efecto de exotismo cada vez más extraño que suscita el acto silencioso de la lectura, la estupefacción que acoge la decisión de quedarse tres días encerrado escribiendo. Lo más increíble, hoy, es el espectáculo de un chiquillo que corre a refugiarse a la sombra de una cabaña con su libro. Al niño actual ni se le ocurre meterse en su habitación a soñar despierto, abrir una novela por cualquier página, dejarse hipnotizar por el misterio de los caracteres. Lo esperan en todas partes, la tribu lo llama sin parar: a judo, a violín, al club de teatro, ¡hasta a la biblioteca! La experiencia de la soledad, de la mirada posada en la ventana sobre los tejados, la experiencia de esa tristeza tan extraña y dulce que está en el fondo de todos los libros como una luz de sombra, esa experiencia capital en la que consiste la iniciación al mundo y a la finitud, esa experiencia se ve como impedida, incluso prohibida.
Michel Crepú, de "Ese vicio todavía impune"
No hay comentarios:
Publicar un comentario