Bebo agua no potable
del grifo del baño
para seguir sudando y calmar
el dolor que regresa
en el tren uno, en el tren dos,
en el tercer tren. Trenes
con ventanas herméticamente cerradas
sin aire y sin posibilidades de saltar.
Espero a que llegue el sueño, y no
llega. Leo apoyada en la espalda de la mujer que
duerme sobre mi regazo, y miro,
de vez en cuando, a dos muchachas
que duermen abrazadas desde T hasta L
y luego se despiertan a la vez,
hablan muy alto en inglés y en español.
Parecen hermanas, morenas, nariz egipcia,
escandalosas, y cuando la niñita que
viaja enfrente de ellas
ha terminado de ver un video ruidoso en su cine portátil
conversan en un PIDGIN hecho de tres lenguas
seguras de que están siendo observadas y escuchadas
y una llega a saber más de lo que quisiera sobre ellas.
Por un momento es como estar leyendo
una versión posmoderna de El Cuarteto de Alejandría
porque una de las muchachas se llama Leila, la otra Leah
y la niña audiovisual, Lise. Se ríen porque sus nombres
comienzan por la letra L. También dentro de los nuestros está
la L. Comparo la sensación que me produce la escena, mi banal
reflexión sobre nombres y novelas, con el dolor
que tengo por la estupidez de la que huyo como de un crimen, y
recuerdo lo que leí escrito sobre la ventana
del primer tren: idiot!
Eli Tolaretxipi, de "El especulador".
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