miércoles, 28 de diciembre de 2011

LA CENTELLA



A su madre no le interesaba repetir conceptos manidos, sino crear, pensar por su cuenta. Se interesaba en las ideas. En la vigencia de los clásicos, por ejemplo, saber dónde y por qué su lengua y sus temas seguían siendo actuales. Ella afirmaba que toda obra se sostenía por esos cuatro fragmentos en que el idioma vivía e irradiaba luz sobre el cañamazo lingüístico. Esos pasajes lo eran todo. Su suma constituía la literatura de una nación. Eran los pasajes que no requerían de notas ni acotaciones para su disfrute, aunque algunos o muchos de los vacablos nos fueran desconocidos. Y algunas porciones de las obras morían. Tirso, Góngora, Cervantes las tenían. Las obras más perfectas de los escritores del pasado, y aun las de los vivos, poseían esas zonas donde la lengua se enmohece y petrifica. Una obra se salvaba sólo cuando contenía la centella de verdad, ese halo extrañísimo que alimenta o vivifica el lenguaje.

Sergio Pitol, de "El desfile del amor".

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