LA ESCENA:
A Maite Arroitajauregi
un chelo; una joven que lo abraza firme y tierna; una iluminación que sólo deja entrever su perfil menguante.
Una caricia que es ritmo, un susurro que es el gesto del arco pulsando las cuerdas. Los ojos cerrados, sus ojos –o abiertos hacia dentro, o mirando hacia qué lejos-; su pelo corto; su frente donde por momentos me poso, insecto agitado; sus codos, sus manos, en su vaivén, esculpiendo música.
Una emoción asciende en mí, de los pies hasta el cabello, una sensación de estar liberando al loco que bien puedo llegar a ser. E inmediatamente un deseo irrefrenable de hundirme en esta mujer, de vivir lo que siente, de perderme en su voz.
Juan Manuel Uría, de "Manzana de vaho".
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