Pobre tierra: apretando con qué fuerza tus exuberantes ambiciones, al alba, me aparecías traspasada por varas y vergas, entre la fábrica de mefítica desenvoltura, cuyos humos no exorciza viento ninguno, y la luna llena, seca escupidera de los terrestres o espejo encenagado del sol, ese arrogante limador en su taller, enseguida. ¡Sol!
Bajo lo oscuro del cuerpo se acuña una cifra. Este incidente inadvertido va a brillar y se reflejará sobre la gavilla de nuestras vértebras hasta la distracción: suelta de búhos bermejos. Sellado pero libre para abalanzarse. Ahí es donde nos abreva la Amiga que no cuenta las horas y se enorgullece de nosotros.
René Char, de "Cantos de La Balandrane"
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