Hay una fuerza oculta que te empuja a querer evitarlo. Te arrastra, más que empujar. Y te lleva de la mano, como si caminaras por un parque descuidado donde habitan todas las causas del mal. Hay una fuerza misteriosa que te arrastra. Su potencia -inusitada- también te destroza. Resistís. Se trata de un partido de ida y vuelta con alargue y definición por penales. Caballo de lata y armadura de letras, lanza palo arriba que clavarías con ganas en el corazón de la injusticia. Porque sólo la injusticia -la sensación de saber su existencia, por más remota que ésta sea- es el eslabón que separa a los hombres voluntariosos de los otros, de los que miran temerosos y sarcásticos por el agujero hueco del pretexto. Miran: ven penas ven hambre ven desolación: se inventan excusas y se desentienden: en el fondo de sus bolsillos está la semilla de su propia destrucción. Resistís. Compañeros tuyos erraron sus penales y es dificil consolarlos. Todavía hay tiempo de revertir la cosa. Esa fuerza te hace justo: el rival sólo tiene dinero: vos, vos tenés todo lo que hace falta. Caballo de lata y galope audaz. Sólo la voluntad ganará la batalla -perdida por afano- de los treinta mil años. Por ella y por su lanza gloriosa, por el rinconcito aquel de la selva boliviana, quedaron mal parados los brujos ciegos que apenas si espían por el agujerito mentiroso de la culpa.
Marcelo Luján, de "Arder en el invierno"
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