Encima de la estantería hay un partisano apuntándome con su fusil. Al abrir los ojos cada día lo primero que veo es ese soldado dispuesto a dispararme. Temo que algún día se decida hacerlo y me mate. Tengo auténtico pánico. Sartre en su ensayo sobre las emociones escribe que el terror sólo se da cuando la ley de la causalidad se desvanece por completo. O si se quiere la del sentido común. Sólo cuando creo que alguien puede atravesar la puerta de mi habitación, por muy cerrada que esté, sin ni siquiera abrirla surge el auténtico terror. Ese mundo mágico donde todo es posible es el de mi partisano. Y el mío. Lo que no comprendo es porqué no lo ha hecho todavía. Lo compré como souvenir en un viaje que hice a Italia hace diez años y desde entonces que lleva apuntándome. Muchas veces he soñado destruirlo. Me veía a mí, desde lejos, asesino de figuras de cristal, golpeándolo con una maza hasta dejarlo convertido en polvo. Pero al despertar, seguía allí, ¿sabría lo que había estado soñando toda la noche? ¿sería aquel el día en que por fin se decidiría a matarme? Tras unos minutos de espera salía corriendo de la cama, de la habitación, y una vez a salvo de su mirada, respiraba, apoyado en la pared, feliz por sobrevivir otro día más. No siempre fue así. Los primeros años apenas me fijaba en él. Era un adorno, como todos los demás. Pero con el paso del tiempo empecé a darme cuenta de sus intenciones. Su fusil siempre fijo apuntando a la cabecera de mi cama... Es cuestión de tiempo que me mate, ahora sólo espero a que ese día llegue.
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