Viento sempiterno que galopa en el azur de la noche. Viento de calandrias, ésta vez te equivocaste, eran alondras las que anidaron en tu pecho. No fingían, morían de verdad. Torziéndose de dolor por un pasado de arena que caía gota a gota sobre sus alas, aplastándolas.
Tramontano cruel que te vuelves sobre tí mismo, que escupes sobre tu espejo de narciso, ¿no te das cuenta de lo que haces? Sal del falso laberinto construido por Dédalo.
Triste viento del norte, invertido mal de Midas, todo lo que tocas te convierte en oro, en un inútil lingote de medida mercantil.
Grita si puedes, grita hasta quedarte afónico, para qué quieres voz si no puedes gritar; para qué quieres correr si no puedes volar. Pero sin embargo, sigues, en el susurro de tus preguntas, reflejando la luz con tu espejuelo a la caza de cuervos. Sigues equivocándote de método. Pandemia de tí mismo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario