miércoles, 9 de marzo de 2011

HUELLAS

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Sale a la calle; ha llovido. Porque ha llovido sale a la calle. El aire es refrescante y la ciudad desprende su perfume a cemento. Camina sin rumbo. Esto le gusta especialmente, caminar sin rumbo. Escucha el sordo gorgoteo de sus zapatos viejos y las formas que inscriben transitoriamente en la acera: huellas sobrias, tenues, sentenciosas, que dan su sentido a la calle. Se cruza con alguien al que no mira al rostro, sólo mira sus pies, sus zapatos, no menos viejos que los suyos, y la memoria de huellas que deja también tras de sí, mezclándose ahora con las suyas en un diálogo extraño, una conversación íntima de pisadas, de historias silenciosas, efímeras como las palabras que se escriben en un cristal empañado. Después, sin saber muy bien por qué, sin un motivo aparente, se quita los zapatos y sigue caminando así, descalzo; va imprimiendo ahora su huella desnuda, piensa que quizá más sincera y propia, sintiendo la acera, el asfalto, su piel en contacto con el húmedo, frío y solitario invierno.

                                                                                                                           Juan Manuel Uría

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